martes, 9 de abril de 2013

Tapa, contratapa y solapas del libro "Gramsci en la Argentina: los desafíos del kirchnerismo"


Prólogo por Eduardo Jozami

Texto del Prólogo escrito por Eduardo Jozami para el libro de mi autoría "Gramsci en la Argentina. los desafíos del kirchnerismo", Editorial Dunken.

Salida a la venta aproximadamente el 25 de Abril próximo, en las principales librerías y en la Feria del Libro (Predio de la Rural del 25 de Abril al 13 de Mayo, en Stand 823 Pabellón Verde, de Editorial Dunken).
Se anunciará próximamente día de firma de ejemplares en la Feria por el autor y día de presentación del libro (hacia comienzos del mes de Julio en el Centro Cultural de la Cooperación).



Hasta hace cuatro décadas, en Latinoamérica como en Europa Occidental era  muy significativa la influencia del marxismo, tanto entre la militancia de izquierda –incluyendo la izquierda peronista en Argentina- como en el mundo académico e intelectual. Son bien conocidos los hechos que a nivel mundial han llevado, desde entonces, a una situación distinta. La crisis de los estados europeos del socialismo real es la principal, pero no la única, de las razones que provocaron el debilitamiento de los movimientos políticos de izquierda y la menor presencia del marxismo en el mundo cultural. 
La figura de Antonio Gramsci, sin embargo, tal como señala el libro que prologamos, parece exceptuada de esta declinación de la influencia del pensamiento marxista que afecta a la gran mayoría de los autores de esa corriente. El intelectual italiano desarrolló un pensamiento original respecto a la versión leninista -aunque nunca dejó de reconocerse como continuador de Lenin- que aún tiene mucho para decirnos. El planteamiento, del que sólo se encuentran esbozos en la obra de Marx, de una teoría de la política que destaca su esfera de acción relativamente autónoma[1], la enfatización de los aspectos consensuales, ideológicos y culturales que integran la dominación estatal, el peso que otorga a las tradiciones nacionales y a la idea de pueblo nación, la importancia que asigna al rol de los intelectuales, son todos aportes del pensamiento gramsciano cuya influencia hoy parece resumirse en la renovada vigencia del concepto de hegemonía. Noción ésta, para Gramsci, que se diferencia del modo como fue entendida en la mayoría de los casos por los Partidos Comunistas. Para el teórico italiano la hegemonía no se manifiesta tanto por la subordinación orgánica a la fuerza dirigente sino que requiere un renovado consenso producto de una reforma intelectual y moral.[2]  

Curiosamente, este aspecto, que permitiría enfatizar el sesgo democrático del pensamiento gramsciano, es el que ha sido tomado como eje de la crítica que cuestiona al actual gobierno argentino como autoritario, enfatizando la disposición de la presidenta a imponer su voluntad a todos los sectores sociales y políticos. Más allá de que ese señalamiento mal  puede hoy sostenerse frente a la plena vigencia de las libertades públicas,  debe entenderse que en la Argentina asistimos a la construcción de una nueva hegemonía, lo que requiere naturalmente de la movilización social y un profundo debate cultural. Quienes responsabilizan al gobierno por el clima de enfrentamiento que vive la sociedad defienden, conscientemente o no, la vieja hegemonía, aquella instalada por años de dominación social, convertida en sentido común. Acaso, lo que se critica al kirchnerismo es, precisamente, que haya obligado a poner de manifiesto mecanismos de poder dentro de la sociedad que se habían naturalizado, como ocurrió con los grandes medios de comunicación que han perdido hoy su proclamada condición de independientes.

El derrotero de Gramsci en la Argentina se inicia con la difusión de sus Cartas de la Cárcel. En las primeras ediciones de este texto por parte de intelectuales no comunistas se enfatiza su condición de héroe de la resistencia antifacista, destacando la larga prisión y posterior muerte del intelectual italiano en las cárceles de Mussolini, sin hacer ninguna reivindicación particular de su pensamiento político. Esta tendencia a mirar a Gramsci como símbolo de la resistencia contra el fascismo sin estudiar a fondo su pensamiento político se advierte también entre los comunistas argentinos, hasta que comienza el recorrido de Héctor P. Agosti por la obra gramsciana.[3]
Agosti publica en 1951, su libro sobre Echeverría, en el marco de una campaña de la intelectualidad antiperonista que levanta al autor del Dogma Socialista, reivindicando la tradición del liberalismo, en un claro enfrentamiento al gobierno de Perón. En el trabajo de Agosti, por primera vez, las categorías gramscianas son utilizadas para interpretar la historia argentina. El autor plantea la particular pertinencia de la obra del teórico italiano para esa tarea y establece significativas similitudes entre la situación de nuestro país  y la de Italia. La idea de una revolución inconclusa, tal como Gramsci señalara respecto del proceso italiano de Il Ressorgimento, permitirá a Agosti -que comenzará en 1953 la edición argentina de las obras del marxista peninsular- tomar alguna distancia de la interpretación canónica de la historia mitrista pero sin cuestionar los principios básicos de la tradición liberal.
Se ha señalado reiteradamente las limitaciones que la línea política del Partido Comunista Argentina impondría a las interrogaciones de Agosti, pero se ha señalado menos otra limitante fundamental derivada de la solidaridad del autor de Echeverría con la intelectualidad antiperonista. En ese contexto de ideas, el sutil análisis gramsciano del fascismo, que hubiera podido servir para una interpretación original del peronismo que señalara sus diferencias respecto del movimiento italiano, fue leído en clave antiperonista. Los trabajos siguientes de Agosti[4] profundizan esa tendencia a crear una especie de tercera vía que se diferencia de la postura liberal sin romper con su caracterización tradicional del peronismo. En consecuencia de ambas limitantes señaladas, los desarrollos gramscianos de Agosti no podrán revelar toda su fecundidad para el análisis de la realidad argentina.
En los años ’60, como veremos, se manifestaron otros usos del pensamiento de Gramsci, que no dieron lugar a ninguna aplicación significativa en el terreno de la política Argentina, en una coyuntura en que el guevarismo dominaba el horizonte latinoamericano de las izquierdas. Della Rocca señala agudamente a John William Cooke como lo más cercano a Gramsci dentro del peronismo, por su disposición a ligar la política del movimiento con la reflexión intelectual. Quizás la decidida adhesión al pensamiento de Guevara explique el desinterés por apelar a Gramsci  en el teórico del peronismo revolucionario que no rechazaba las lecturas del marxismo.
Recordemos que el autor de las Cartas de la Cárcel integraba el elemento militar en su propuesta de acción revolucionaria, pero –a diferencia de las corrientes predominantes en la América Latina de los años 60- lo consideraba sólo como un recurso posterior a un largo proceso de acumulación política. Un intento aislado por reivindicar a Gramsci desde el peronismo revolucionario fue, en esos años, el texto juvenil de Horacio González que cuestionaba las afirmaciones del teórico italiano sobre las limitaciones de la forma guerrillera para la lucha de los trabajadores e intentaba asociar a Gramsci con Perón. [5]
Los principales colaboradores de Agosti en su tolerado periplo gramsciano dentro del comunismo argentino, José Aricó y Juan Carlos Portantiero, serán las figuras principales del grupo editor de la revista Pasado y Presente que, desde la expulsión  de ambos intelectuales del comunismo argentino, en 1963, desarrolla una importante tarea editorial de difusión del pensamiento de Gramsci. En el terreno político, en esta primera etapa, el grupo no logrará definir una propuesta política, más allá de algunos desarrollos sobre la “condición obrera” que empalman con la emergencia del sindicalismo combativo en Córdoba  a fines de los 60’.
El aporte más interesante de Pasado y Presente se produce en 1973, cuando la revista se alinea con la Tendencia Revolucionaria del Peronismo e impulsa una teorización que parece dirigida tanto a la izquierda como a una militancia peronista receptiva a las lecturas del marxismo, en momentos que Montoneros profundiza su enfrentamiento con Perón. El legado gramsciano servirá para desarrollar una teoría del partido político que matiza la rigidez del planteo leninista, legitimando así la existencia de formaciones revolucionarias dentro del peronismo  y, asimismo, para acentuar la prioridad necesaria de la tarea política de masas y, en particular, entre los trabajadores,  ante una dirección montonera que no tardaría en mostrar que seguía pensando en términos de guerra.
Los dos números editados por Pasado y Presente en esta época constituyen una muy valiosa reflexión sobre aquel momento político, pero la opción de los Montoneros por la acción armada en 1974 disolvió de hecho el diálogo con el grupo encabezado por Portantiero y Aricó que había alcanzado influencia sobre ciertos dirigentes de la organización y algunos cuadros sindicales de la Juventud Trabajadora Peronista.  El olvido al que los propios autores condenaron aquella experiencia revela la profunda crisis que vive ese sector intelectual en el exilio mexicano, atribuida tanto a los horrores de la dictadura argentina como a la proliferación de los cuestionamientos al marxismo que había constituido, hasta entonces, su horizonte de ideas.
La tercera etapa en la actividad de quienes han sido llamados “los gramscianos argentinos”[6], a la que junto a Della Rocca podríamos identificar con la socialdemocracia, siempre que se considerara a ésta en su versión más moderada, me parece menos interesante que las anteriores. Por una parte, porque la influencia de Gramsci fue cada vez menos reivindicada  y por la otra, porque la experiencia del Club de Cultura Socialista no pudo consolidar una perspectiva política propia y terminó apoyando de forma poco crítica la constitución de la Alianza.
He recorrido con algún detalle este derrotero político de Gramsci en la Argentina porque permite ubicar mejor el trabajo de Mario Della Rocca y porque su aporte resultará más valioso a la luz de los fracasos de los intentos anteriores por generar una alternativa política que recogiera el legado gramsciano. El libro de Della Rocca recupera el aporte teórico del pensador italiano desde una perspectiva que sólo puede compararse con el efímero intento de 1973 y que refleja una realidad política que contrasta con los antecedentes de la izquierda argentina en relación con el peronismo: sectores muy importantes de aquella tradición política acompañan hoy al nacionalismo popular y forman parte, con pleno derecho,  del movimiento que lidera Cristina Fernández de Kirchner.
Della Rocca sintetiza bien, en pocas páginas, las principales contribuciones de Gramsci a la teoría marxista, ubicadas fundamentalmente en el terreno de la política y la cultura, y sugiere el modo en que podrían ser utilizadas en la actual coyuntura política argentina. Valora muy significativamente la transformación operada en la sociedad argentina desde el 2003, año en que inicia su gobierno Néstor Kirchner. Considera como “un liderazgo de gestión” la relación que el nuevo presidente estableció con los ciudadanos y califica  como una “reforma desde arriba”, en el sentido gramsciano, la sucesión de medidas audaces tomadas por Kirchner desde un comienzo.
Como se sabe, en el análisis de Gramsci esa reforma desde arriba debe ser continuada por una “revolución desde abajo”, a riesgo de ser neutralizada y constituirse en lo que el teórico italiano llama “revolución pasiva”. Sin embargo, mientras en las primeras caracterizaciones de ese tipo, como la de Julio Godio, en los primeros años de la gestión de Kirchner, se señalaba la falta de correspondencia entre la adhesión popular que recibía el kirchnerismo en las urnas y la escasa fuerza organizaba con que contaba; hoy, frente a una realidad distinta, Della Rocca  puede destacar la movilización de amplios sectores sociales, el notable impulso militante de la juventud, la presencia de los intelectuales, remisos en acompañar al peronismo en otras ocasiones. Pero dentro de este panorama optimista que muestra la constitución de una importante base de apoyo popular, sean cuales fueran aún las limitaciones orgánicas, señala también la crítica situación del movimiento sindical que aún no ha definido una reestructuración de sus cuadros y su política que le permita actuar como componente necesario –aunque ya no principal- del movimiento de transformación.
La idea de la superación del peronismo fue formulada por Cooke en un lenguaje que denota más la influencia de Hegel que la de Gramsci y podría ser criticada por estar fundada en un historicismo teleológico: como si el partido de los trabajadores necesariamente debiera alcanzar el momento del pensamiento revolucionario. No era esta la idea de Cooke que veía esta superación sólo como una posibilidad, pero Della Rocca, con buen criterio, permanece con su análisis en el terreno de la política y contrasta un peronismo cuyas limitaciones señala –ubicándose bien lejos de las groseras prevenciones que atesoró el pensamiento de izquierda- y un proceso de reformas tan significativo como para que su profundización requiera la plena constitución del kirchnerismo como movimiento popular. El autor no deja lugar a dudas sobre el futuro que postula cuando se pregunta si el kirchnerismo permanecerá como parte de la totalidad peronista o si, por el contrario, será el peronismo quien constituirá una parte, importante pero no única, de un kirchnerismo que también incluya otras fuerzas y tradiciones políticas.
La limitación que la Constitución Nacional establece para la duración de la gestión presidencial parece haber ubicado en el horizonte del 2015 todas las expectativas respecto a la continuidad del actual proceso político. En la tarea de asegurar la constitución de un movimiento popular con la envergadura suficiente como para impulsar la consolidación y profundización del actual proceso, no hay dudas de que reforzar el liderazgo de Cristina Kirchner es la exigencia ineludible. La Argentina vive una encrucijada que no admite soluciones eclécticas, o sigue avanzando el actual proyecto o se retrocede en el camino que reclama el gran poder económico y mediático, aunque quienes hoy prometen corregir el rumbo intenten tranquilizarnos afirmando su adhesión al actual proyecto.
El libro de Della Rocca analiza muy adecuadamente los sentidos en que debe avanzar la profundización de los actuales objetivos de gestión y el modo como va anunciándose la conformación del movimiento político que lo sustentará. En este proceso, fuera de cualquier esquematismo que pretenda asimilar el pensamiento teórico con las propuestas de acción, las grandes líneas del pensamiento gramsciano constituyen una contribución inestimable para orientarse en este difícil proceso. 
         Pero el libro también es importante hoy en otro sentido. Para una izquierda demasiadas veces golpeada, más allá de sus históricos errores, por lo que simboliza como identificación con la transformación de la sociedad, la reivindicación del intelectual revolucionario y riguroso, el estudioso de lo nacional popular, constituye no sólo un acto de justicia sino también una inteligente decisión política. De la mano con Gramsci, sectores muy importantes de la izquierda argentina van remontando la principal de sus dificultades históricas y marchan con las grandes mayorías en la tarea de transformar este país.



[1] Eric Hobsbawm considera a Gramsci como creador de la teoría política del marxismo. Ver Eric Hobsbawm, Como cambiar el mundo, Barcelona, Crítica, p. 319. [2] Como bien ha señalado Ernesto Laclau, en muchas de sus obras, la concepción de la hegemonía en Gramsci, aunque destaca la amplitud de fuerzas sociales y demandas que pueden articularse, no cuestiona el rol  de la clase obrera como dirigente necesario. El cuestionamiento de este “privilegio ontológico” de la clase obrera es una de las diferencias centrales de Laclau respecto al análisis gramsciano. Sin abordar esa discusión teórica, Della Rocca señala que las transformaciones sociales de las últimas décadas impiden en la Argentina otorgar ese rol principal al movimiento obrero como se le asignaba en los años 60 y ’70. [3] La primera publicación se debe a Ernesto Sábato quien presentó las Cartas en la revista Realidad, a fines de 1947. Más tarde la revista Sur las había incluido en un dossier sobre las letras italianas, publicado en 1953. Ya entonces, los comunistas argentinos habían impulsado una edición de la Editorial Lautaro en 1950. [4] Especialmente en El mito Liberal y Nación y Cultura, ambos de 1959. [5] Ver “Para nosotros Antonio Gramsci”, prólogo a Antonio Gramsci, El príncipe moderno y la voluntad nacional popular, Buenos Aires, Puente Alsina, 1971. [6] Ese es el título del libro de Raúl Burgos que hace una completa reseña de la evolución del grupo y,  en general de la influencia de Gramsci en la Argentina. Ver Raúl Burgos. Los gramscianos argentinos, Buenos Aires, Siglo XXI, 2004, a quien hemos recurrido para alguno de los antecedentes señalados.